jueves, diciembre 14, 2006

De Marco Polo a Cancún


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(Casa de Julieta en Verona. Foto: Gabriel Castillo-Herrera).

De Marco Polo a Cancún .

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

(Tomado del "Periodiquito Árbol Perenne" No. 11; septiembre 2003)



La Globalización no es nada nuevo. No es sino la más reciente versión del capitalismo en que las actuales barreras nacionales y arancelarias son –como antaño- una barrera para su expansión y subsistencia. De ahí que se estén creando bloques de naciones que utilizan una sola moneda, en las que hay libre tránsito e, inclusive, instancias políticas comunes, como es el caso de Europa. Por otra parte, actualmente existen tratados para la libre comercialización de productos entre países que no están dispuestos aún a romper con las barreras nacionales formalmente. También organismos como la OMC cuya función sería, en última instancia, acabar con las fronteras que impiden el libre desarrollo del comercio. Pero, insisto, no es nada nuevo.

“La sociedad –decía Marx- se nos presenta como un inmenso arsenal de mercancías... “ Para que estas pudieran circular era necesario ampliar los mercados; eso se comprendió desde los inicios de las relaciones capitalistas. A los pequeños productores de entonces quizá no les interesaba producir más de lo que se consumía en su población, pero los adelantos técnicos de entonces les daba la capacidad de crear muchos más productos de los que necesitaban. Este contrasentido o círculo vicioso se resolvió creando más mercados mediante el abatimiento de fronteras; ya fueran físicas o arancelarias (derechos de peaje, entonces); ya fuera por medio de alianzas o a punta de garrotazos (negociación o violencia).

Para abundar en lo anterior, nos vamos a remontar a ante...¡uuuuuh! (vocablo gabriélico que denota hacemuchotiempismo), a tiempos precapitalistas.

Don Marco Polo, en sus viajes de ida y vuelta entre Oriente y Europa central, tenía que pasar por muchos feudos, minireinos, principados, etc. Al pasar de dominio en dominio, tenía que hacer desembolsos por concepto de peajes y aduanas. Ello mermaba la mucha lana que se embolsaba con el comercio de productos exóticos de uno y otro lado del mundo conocido (para ellos, porque de este lado estaban los tatarabuelos). Un buen día, Marco Polo y otros ricos comerciantes de Florencia, Siena, Verona, Génova, Nápoles, Milán y Venecia, se entrevistaron con los que partían el queso político de entonces (príncipes, señores, duques, etc.) en Cancún; (no, no; lo más seguro es que haya sido en el Palacio Ducal de Venecia). Y como entonces no existían los globalifóbicos, altermundístas o globalicríticos, no tuvieron bronca en decirles:

- Señores: ya estamos cansados de que nos decomisen las mercancías, de repartir mordidas para que nos dejen pasar, de pagar peajes, impuestos, derechos de paso, etc.
- ¿Qué proponen, señores comerciantes?
- Establecer tratados de libre comercio.
- ¿Y cómo lo hacemos?
- ¡Fácil!, permitiendo que los hijos de quienes se oponen al libre comercio se agandallen con sus hijas.
- ¿?

- Así, las casan con ellos y se hacen parientes y aliados: Además eso permitirá que amplíen su linaje.
- ¿Y si no quieren?- preguntaron los príncipes.
- Entonces nosotros les financiamos unas lanas para que ustedes doten a sus mesnadas con armas inteligentes y les rompan tutta la maddona.
- ¿Y qué provecho sacamos nosotros con ello?
- ¡Ah!, pues el dominio político y militar, sometiendo a cuanto enemigo del progreso se nos ponga enfrente. Ustedes se quedan con su lana, sus territorios y sus rucas y nosotros no pagamos aranceles.

Así, el capital, comercial y financiero, se hermanó con el poder político y militar que les permitía utilizar las tecnologías de punta (la pólvora, por ejemplo) para sus fines.

Después, la historia no ha sido más que reproducir ese esquema (ampliar mercados con alianzas; y cuando estas no son posibles, echando mano de la violencia, asegurando el triunfo teniendo a su disposición los avances tecnológicos en los procesos productivos y en la industria de la guerra). De esa forma –cuando las barreras físicas y arancelarias se tornaron en obstáculos- , los dominios señoriales se convirtieron en pequeñas naciones; éstas, en reinos; éstas, en imperios; y éstos en grandes Estados Nacionales. Nuevos tipos de sociedades que hicieron creer que todos los hombres eran libres e iguales ante la ley (¿sí, chismoso?). Se glorificó la sacrosanta propiedad privada (la de los pesudos, no otra).

Cuando ya no existían Marco Polos que fueran a tierras lejanas a mercadear y la tecnología de punta era el vapor y los Estados se empezaron a creer democráticos, el mundo comenzó a repartirse entre los poderosos. Enviaron ejércitos para dominar naciones pobres para adueñarse de sus materias primas. Así, fueron colonizadas todo África y Asia (América ya había sido sometida, pero hubo movimientos “independentistas”, aunque en los tiempos recientes, los poderosos les impusieron gobiernos “títeres”, para seguir saqueándolos impunemente).

La condición insalvable para incrementar las ganancias es la creación de mercados. De no ser así, la tasa de la ganancia para el dueño del capital permanece estática. Y como no se pueden crear nuevos mercados todos los días, la solución inmediata es la sobre explotación del trabajo, el desempleo y el decremento de salarios. Pero ahí surge la contradicción del capitalismo: con estas medidas se afectan los mercados internos, ya que los consumidores de las metrópolis colonizadoras ven mermado su poder adquisitivo y las mercancías se quedan en las bodegas (Las crisis). Y retornamos al problema inicial de Don Marco Polo; hay que buscar e –inclusive- crear mercados externos, es cuestión de vida o muerte. De esta forma, se fortalece el mercado interno de la metrópoli y –además- se transfiere a los países colonizados la pobreza, el desempleo y los bajos salarios. Aquí la violencia adquiere justificación “racional” para los países poderosos.

Siendo que para principios del Siglo XX el mundo ya se encontraba totalmente repartido entre los poderosos, no quedaba más remedio que partirse la progenitora entre ellos mismos para hacerse de más mercados. Así que llega la Primera Guerra Mundial.

En medio de la guerra, Don Vladimir I. Uliánov crea el primer estado socialista. La propuesta económica de tal sistema está inspirada en las teorías marxistas. ¿Cuál es esa propuesta? Acabar con la propiedad privada en manos de los capitalistas ricotes y convertirla en propiedad social; para ello es necesario modificar, también, el esquema político: forjar un Estado Popular. De tal forma, la tasa de la ganancia no es cuestión de vida o muerte, pues no hay el interés de enriquecimiento particular, sino el cubrir las necesidades de la sociedad en su conjunto. Don Lenin, que así se hacía llamar Uliánov, en un libro de su autoría, había definido al capitalismo de esa época como “Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo”. Pero un atentado mermó sus capacidades y, en el mediano plazo, le arrancó la vida. Le sucedió Stalin, y a partir de entonces el mundo quedó dividido en dos:

1.- El bloque socialista, (a) “Los Comunistas” y
2.- El bloque capitalista, (a) “El Mundo Libre”

Después de algo más de 15 años, la superpotencia derrotada en la Primera Guerra Mundial (Alemania) decidió intentar la revancha. Se desató la Segunda Guerra Mundial.

Al final de la conflagración, los países contendientes quedaron física y económicamente destruidos, con una sola excepción: EU’s, que no tuvieron guerra en su territorio. Así que los gringous amigous de lo ajenous se portaron lindos y prestaron varo a sus aliados (y hasta a sus enemigos) para la reconstrucción. Estas nuevas alianzas no se forjaron como antaño (casando a los hijos) sino inundando Europa y Asia de mercancías, capitales, industrias y bases militares gringas a cambio de dólares y el compromiso de enemistarse con la incipiente URSS con la que se inició una “Guerra Fría” que obligaba a los soviéticos a entrar en una carrera armamentista (los gringos ya tenían la bomba atómica y ya la habían detonado en dos ciudades japonesas) que desviaba recursos económicos que deberían utilizarse para el desarrollo de la economía socialista y, en última instancia, para beneficio social. A la par, el Estado Soviético se tuvo que “endurecer”, lo que creó una estructura política burocratizada. Estos factores, a la larga permitieron que en mundo socialista se derrumbara.

Hoy no hay contrapeso; vivimos en un mundo unipolar. Ante una nueva crisis del capitalismo, en el que ese inmenso arsenal de mercancías del que hablara Marx y que la economía capitalista no puede dejar de producir –so pena de morir víctima de su propio desarrollo-, no encuentra mercados “blandos” por tanta competencia. Se tiene que recurrir, inclusive, a inventar mercados creando “necesidades”. Si Don Lenin viviera, no tendría que esforzarse mucho para escribir un nuevo libro titulado “La Globalización, fase aún más requete superior del Capitalismo”.

¿Cómo abrir nuevos mercados? A la usanza antigua; los nuevos Marco Polos sugieren nuevas alianzas: tratados de libre comercio, abatimiento de fronteras físicas y arancelarias.

- Tú quitarme aranceles y mí te vende my mercancías a precio very much baratous que el que te dan tus productores internos.
- ¡Pero se van a arruinar!
- You speak about calidad and excelencia. They must be productivos and competitivos; capacitation. Tú no subsidiarlos, because eso sería paternalismo and populismo.
- Pero tú si los subsidias...
- Oh, yeah!, but me darte más rete baratos, my friend.
- Bueno, pero entonces a mis desempleados me los admites de braceros.
- Ah! Don’t you know about my security? Tú decirles que poner changarros. You ten en cuenta que a change mi permitir que 10 families ricotas tuyas entren en comercio mundial mío.

Sí, hoy esos nuevos Marco Polos siguen comerciando con Oriente; sólo que ya no con sedas ni especias, sino con petróleo. Pero casualmente también son los nuevos príncipes dueños del poder político (Bush & Co.). Tienen sus mesnadas dotadas de armas inteligentes para los mismos fines de antes.

Hace días, en Cancún, los altermundistas (bautizados “globalifóbicos” por Ernest C. Dillo) festejaban la ausencia de acuerdos entre los pesudos del mundo. ¿Hay que hacerlo? En el corto plazo, quizá; pero en el mediano y largo... quién sabe. La historia demuestra que cuando los poderosos no pueden someter a los débiles imponiéndoles sus condiciones comerciales y financieras con tratados y alianzas, lo pueden hacer mediante la violencia. Ya hemos sido testigos de que la ONU carece de fuerza para impedirlo (Afganistán e Irak son la muestra). Pareciera que la OMC es el instrumento para un nuevo reparto del mundo.

Y dentro de unos 20 ó 30 años, cuando Europa sea –prácticamente- un solo país y que, además, no haya más petróleo, el desarrollo propio del capitalismo –que obliga a allegarse de más y más mercados para colocar sus creaciones monstruosas (mercancías)- empuje a una nueva disputa armada entre los poderosos. No me es dable imaginar las consecuencias. Más bien, no quiero. Einstein sí lo hizo: “La cuarta guerra mundial será con palos y piedras”.

Preferiría una vuelta a las economías planificadas desde el Estado, aunque con una estructura política basada en un gobierno verdaderamente popular; sí, una fase superior del socialismo.