lunes, julio 09, 2007

DE LO UNO Y LO DIVERSO.

Hace muchos ayeres escribí unas notas para aclarar mi propio pensamiento acerca de si el principio de las cosas, entendidas como concepto de totalidad, mesurable en tiempo y espacio, era el cero o el uno. Mi compañera de entonces me inquirió: “¿y eso para qué?, ¿qué objeto tiene?”. Pues poco o ninguno, eran elucubraciones; pero, a la vez, mucho, porque me daba la perspectiva de concebir el Todo como parte de un proceso superior, infinito. El escrito se perdió en el tiempo; ignoro qué fue de él.

Este pensamiento se volvió ha plantear en mi mente, y en la de muchos seres humanos, con motivo de la llegada del año 2000. Por doquier se discutía si con ello arribábamos al tercer milenio o si tendríamos que esperar 365 días para que ocurriera. Hoy nadie recuerda tal discusión; o, simplemente, pasó de moda. Se convirtió en anécdota. Como cualquier bien de consumo, una vez que cumple su cometido, se desechó.

Atendiendo a mi necedad y aprovechando que la euforia causada por dicha controversia quedó en el olvido, vuelvo sobre el particular, aunque sólo sirva de preámbulo para el tratamiento del asunto a que se refiere el título. ¿Por qué? Porque si no sabemos de puntos de arranque, tampoco de llegadas. Y mucho menos entenderemos que arranque y llegada pueden ser, dentro un contexto general, una misma locación.

Desde una visión objetiva, el uno es punto de partida; pero desde una conceptual, el cero es –a la vez- inicio y final.
Lo explico en una dimensión temporal: Las doce de la noche (las cero horas, desde otra visión) marca el fin de un día; pero a la vez –por un instante que resulta ser, propiamente, conceptual- el inicio del nuevo día.

Esto mueve a confusión, porque –recordando la discusión mencionada- el año 2000, marcaría el final e inicio del tercer milenio (ya que trae implícito el cero y por tanto –aparentemente- derivaría del ejemplo del cambio de fecha). Y es así; sólo que hasta llegar las doce de la noche del 31 de diciembre de ese año; en ese instante inasible, conceptual. Conceptual como lo es en Matemáticas el mismo cero cuando no está conjugado con una cifra de valor específico que lo anteceda y convierta en medida de carácter espacial o temporal.

[NB: La fuerza de la costumbre también mueve a confusión. Cuando alguien nos pregunta “¿Cuántos años tienes?” (refiriéndose a la edad), respondemos equívocamente, pues informamos los que ya rebasamos; estamos viviendo, precisamente, el año siguiente].

Hasta aquí, lo tratado en párrafos anteriores parecería ocioso.

Sin embargo, lo anterior nos envía directo a otra pregunta: ¿es el uno el principio de lo diverso? Depende de ciertas consideraciones. Depende del nivel de abstracción de lo que estemos tratando. Hablando de dimensiones espaciales, suele decirse que la unidad de medida (esto es, lo uno) sería el metro; pero el metro, en tanto totalidad, se subdivide en decímetros, centímetros y milímetros; y aun más: micras y una serie de nanomedidas que –aunque en la práctica diaria no se utilicen- tienen aplicación científica.

Si se alude a dimensiones de carácter temporal, el año sería comúnmente la unidad. Al igual que en el párrafo anterior, acotaríamos que un año se subdivide en meses, semanas, días, horas, minutos, segundos y otras menores.

Y en ambos niveles, la unidad respectivamente señalada también forma parte de unidades mayores.

Así, lo uno es, sí, entidad; pero, a la vez, parte y totalidad; y cada nivel de abstracción constituye –en sí mismo- un universo.

Divaguemos: el número uno (trátase aquí como concepto puramente abstracto) es una entidad; como tal juega el doble papel de universo y parte. Como parte, en lo concreto, sabemos que la suma o multiplicidad de unos constituye toda la complejidad numérica que conocemos y la que podemos imaginar hasta el infinito. Como totalidad, sabemos que podemos dividirla en fracciones o, bien, restar una multiplicidad de unos para transportarnos al mundo, también infinito y complejo, de los números negativos.

Y aquí viene el meollo del asunto: por extensión -en lo objetivo-, tratándose de dimensiones de carácter temporal, el uno no es momento, sino lapso; en lo espacial, no es punto, sino distancia. De ello deriva que, como ente físico o conceptual, lo uno es, a la vez, diverso.

Abandonemos el mundo de lo teórico y caminemos hacia el de la realidad; al mundo del Hombre.

Un ser humano específico es lo uno; pero si hablamos del ser humano como especie, es lo diverso. Y, sin embargo, ese ser humano específico, a lo largo de su vida sufre transformaciones, tanto en lo físico como en lo psíquico, que lo hacen, en sí, un ser diverso siendo uno.

Más evidente resulta ser si lo consideramos dentro de un conglomerado. Una sociedad dada, es lo uno; pero a la vez, lo diverso. Ahora que si nos referimos a dos tipos de sociedades –como podrían ser dos grupos familiares- el asunto se complica: una familia, que es unidad de lo diverso, conforma con otra familia, que también es unidad de lo diverso, otro nivel de lo diverso; y, a la vez, otra unidad; lo uno se transforma en algo más complejo.

Y así podríamos continuar con nuestra elucubración refiriéndonos a clases sociales, a nacionalidades, etc. Y en cada nivel de abstracción se irán presentando más y más complejidades que necesariamente traerán consigo, indefectiblemente, conflicto de intereses.

Ahora bien, ¿qué ha hecho el ser humano para dirimir los conflictos de intereses? Cuatro cosas: practicar la guerra, inventar las ideologías, la política, hacer revoluciones,

[NB: En otros niveles, respectivamente: divorciarse, inventar justificaciones, convivir eternamente entre conflictos y reconciliaciones, ir a terapia de pareja,].

El problema inmediato a que se han enfrentado las diversas sociedades humanas desde los tiempos más remotos ha sido la subsistencia, ya que es la necesidad primaria. Sin alimento es imposible la reproducción de la vida material e intelectual.

Es de suponer que los primeros grupos se formaron para tal fin. Estas son las primeras manifestaciones de la oposición de intereses entre lo uno (el individuo) y lo diverso (el grupo de individuos); y, en otro nivel, lo uno, representado por un grupo, entre otros grupos (lo diverso). Y ante la escasez de los medios de subsistencia, puesto que los primeros Hombres tomaban de la Naturaleza lo que ella buenamente les regalaba (eran recolectores y cazadores, no existía la agricultura), a unos –tanto dentro de un mismo grupo o entre varios- no les iba bien en el reparto. Como el estómago no entiende razones, inferimos –no lo sabemos a ciencia cierta- que ello provocó los primeros enfrentamientos entre humanos y grupos.

Aquí notamos, a pesar de la condición gregaria del Hombre (lo uno en lo diverso), el doble papel que tal condición ha desempeñado a lo largo de la historia y, aun, de la prehistoria.

Lo anterior parece hacerse más evidente con el arribo del ser humano al sedentarismo. Las sociedades se tornan más complejas y las contradicciones se acentúan. Surgen los excedentes económicos que traen consigo que unos (individuos, grupos o pueblos) se apropien de aquéllos (generalmente mediante la violencia), que polaricen las sociedades internamente o en relación a otras sociedades.

Es entonces cuando surgen las clases sociales y los pueblos enfrentados (poderosos contra débiles) a partir de las necesidades básicas del Hombre; particularmente, por la necesidad más prosaica: comer. Es entonces cuando se muestra, en toda su magnitud la doble contradicción entre lo uno y lo diverso. Claro está, conforme algunos individuos y grupos van solucionando ese prosaico problema, cuando deja de ser una preocupación, surgen otras “necesidades” (poder y riqueza). Y en aras de todas esas necesidades, se sojuzga a individuos y pueblos. Y, también, la respuesta: el luchar por no ser sojuzgado.

Como el lector podrá vislumbrar, el poder se finca sobre cuestiones de tipo económico, no porque el Hombre sea malo por naturaleza o alguna otra razón –simplista o compleja- de las que de ordinario se plantean.

¿Qué es lo que hace el Hombre –el que manipula el poder- para resolver la contradicción entre lo uno y lo diverso? Como dijimos líneas arriba, inventar las ideologías y la política (o quizá sea mejor decir “los sistemas políticos”), para preservar el poder.

Las primeras ideologías no hacen sino trasladar el problema material de las condiciones humanas al mundo de las ideas desde la perspectiva –precisamente- del idealismo filosófico: las cosas son así porque están preconcebidas en un mundo de esencias que tan sólo se reflejan en el mundo material; por tanto, no nos queda nada por hacer para modificarlas, sólo resignarse y aceptarlo. Hay una Idea Suprema que así lo dicta: Dios.


[NB: El materialismo, por el contrario, busca el origen y explicación de las cosas en el mundo sensible -material- dejando el espíritu y esencia de las ideas –y, algunas escuelas materialistas, a Dios mismo- como producto de la cabeza del hombre; como abstracción de la realidad (lo cual no niega la fantasía) y no como algo supremamente preconcebido].

Por otro lado, el de los sistemas políticos, no son pocas las culturas que consideraban a los reyes, emperadores, etc., como representantes y hasta encarnaciones de Dios sobre la Tierra. Consideremos, además, otros sistemas políticos; por ejemplo, la Democracia Griega (que se toma como paradigma aún en nuestros días), no tenía más fin que justificar su sistema esclavista bajo la ilusión de una sociedad de “hombres libres e iguales” cimentada sobre el lomo de los “no libres”.

De ambas consideraciones, podemos inferir que las luchas políticas e ideológicas, desde y contra el poder, no son sino expresiones de problemas económicos volteados de cabeza. De una parte, para conservarlo y, de otra, para hacerse de él.

Las luchas entre el idealismo y el materialismo son antiquísimas, y las revoluciones –propiamente dichas- también (la mayoría de los grandes imperios, inclusive en Mesoamérica, cayeron bajo el empuje de éstas). Sin embargo, la más emblemática –por ser más cercana tanto en tiempo como en formas de pensamiento- es la Revolución Francesa. La demanda principal es la reivindicación, inalienable, del derecho a la diversidad. El destino de los pueblos no debe estar sujeto a los designios de lo uno –así sea Dios o sus representantes sobre la Tierra: los reyes y emperadores- sino por la suma de lo uno: lo diverso. Para ello es necesario privilegiar tres demandas: Libertad, igualdad y fraternidad.

De entonces a nuestros días, las luchas tanto políticas como ideológicas (que, como dijimos arriba, sólo son expresión de luchas que recubren el verdadero cariz de carácter económico), han sido por preservar el orden vigente en contra del empuje de lo renovador; cuyos intereses defienden, respectivamente, la droit y la gauche: la Derecha (conservadores) y la Izquierda (reformistas y revolucionarios; aunque hoy, los primeros, emanados de las clases medias, prefieren denominarse “de centro”).

Y es una lucha vigente. Muchos gobernantes en el mundo actual (por ejemplo, los de nuestro país) hablan de “… alcanzar el México que queremos para nuestros hijos”. ¿Es que todos queremos el mismo México? ¿Es que sólo hay un México? De origen, este país es multinacional.

Esas frases no hacen sino abonar a la negación –absurda, por cierto- de la diversidad; privilegiar lo uno sobre aquélla. Precisamente como si estuviéramos antes de la Revolución Francesa. Sin embargo, se dicen “políticos modernos”.

Desde otro escenario, esos afanes libertarios e igualitarios, llevados a convenencieros extremos, nos conducen al individualismo a ultranza, a la reivindicación de lo uno (autosegregado, aislado) en multiplicidad. A ello hemos llegado por la eterna lucha entre lo caduco y lo nuevo que ciega el entendimiento de que lo uno y lo diverso se identifican.

[NB: Una decena está constituida por la suma e interacción de diez unos, la decena es, en sí, una unidad que sumada a otra unidad de la misma magnitud configura veinte unos, que constituyen la quinta parte de una centena. El uno se identifica consigo mismo; pero está compuesto por decena, centenas, millares…]

Los revolucionarios franceses dieron en el clavo para equilibrar los intereses de lo uno y lo diverso: la fraternidad. La Fraternité es la síntesis donde se resuelve –en lo social- la contradicción dialéctica entre lo uno y lo diverso. No obstante, por necesidad, esta no llegará por arte de magia con el arribo al nuevo milenio, a desdoro de los modernos papas de la New Age, ni para todos ni de golpe de una vez y para siempre. Se trata de procesos largos que se desenvuelven en tiempos para los cuales nuestras cotidianas formas de mesurarlo (día, semana, mes, año) resultan ineficaces. Pero un proceso (lo uno) está estructurado por multiplicidad de acciones (la diversidad) para llevarlo a término. Y es aquí donde actúa el Hombre concerto.

Y aquí termino porque parece “El Cuento de Nunca Acabar”; y, en efecto, así es. Es el eterno desarrollo de lo uno en lo diverso que repercute, necesaria y nuevamente, en lo uno transformándolo mediante avances, retrocesos y saltos; los primeros –en cierto punto-, de carácter cuantitativo y el tercero de índole cualitativa.

Repito: así es; no por un deseo personal o apreciación intuitiva a priori (ni, siquiera, como posición ideológica). El estudio de la Historia da fe de ello.

Y cabe finalizar diciendo que la historia no es una serie de acontecimientos pasados, lo uno en la historia es hoy (pero, como hemos visto, el hoy también está formado por lo diverso).